Ellos entienden la importancia de permanecer en profundo silencio.
Y cuando estamos conviviendo con ellos, no somos conscientes de lo ruidosos que somos. Pero ellos nos indican el camino.
Cuando pongo la música en exceso alta para ellos, mi gat-hija Vela me mira diciendo: ¿es necesario tanto volumen?
Enseguida la bajo.
Cuando los noto bajos por lo que sea, procuro no hacer ruido y estar en silencio.
Cuando Pau y yo somos conscientes de que estamos hablando alto o tenemos el sonido del ordenador un poco más fuerte de lo normal, nos miramos diciendo: bájalo porque están durmiendo.
Procuro ponerles música relajante, en un volumen apto para sus chiquititos oídos y no los míos.
El otro día no estaba bien Vela y me dijo directamente con los ojos: por favor, quita la música.
La quité de inmediato.
Ellos nos enseñan más de lo que puedo compartir. El silencio es como el oxígeno para ellos, pero nosotros tenemos demasiadas adicciones acústicas que no nos permiten respetarlos como se merecen. Incluso mis plantas notan el estrés del ambiente. Ahora que están en obras en frente de mi casa, las siento. Y siento que expresan: ¿por qué sois tan ruidosos? ¿no podéis bajar vuestro nivel caótico?
¿No podéis hacerlo todo en silencio?
Durante años fui muy criticada en casa de mis padres porque no soportaba el alto volumen de la televisión, no podía aguantar el ruido que se hacía, al simplemente mover una silla o mesa.
Soy altamente sensible.
Para dormir necesito un silencio atronador.
No aguanto el ruido. Desequilibra mi interior e incluso mi biología.
Por eso, estoy al tanto de las percepciones de mis pequeños hijos y nietos gatunos. Sé que ellos perciben el triple los ambientes que les rodean. Son pura percepción y sensibilidad.
Procuro respetarlos. Y no siempre lo hago. Pero estoy aprendiendo más y más.
Si necesitas cualquier informe adaptativo o una consulta profesional de Comunicación Animal, escríbeme a: animalandia.puentes@gmail.com
Gracias por ESCUCHARLES.
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